Como nos cuenta Javier:

Podría haberme conformado con un puesto seguro y muy bien remunerado en Londres, en una gran corporación en la que tenía muy buenos ingresos y estaba muy bien valorado, pero sentía que necesitaba algo distinto. Empecé a apasionarme por el coaching ejecutivo y me empeñé en llegar a ser el mejor. Por primera vez creía saber lo que quería y estaba dispuesto a hacer todos los sacrificios que fuesen necesarios para conseguirlo, aunque esto se contradijera con el modo de vivir de las personas a las que más admiraba, personas que llevaban vidas divertidas, viajeras y apasionadas.

Buscando una carrera de éxito como coach regresé a Madrid y trabajé durante años "coucheando" a la alta dirección de algunas de las más grandes compañías españolas. Durante este periodo crecí y aprendí mucho pero, pese a mi éxito, no terminaba de sentirme satisfecho con mi trabajo. Mi nivel de compromiso era altísimo, mi desempeño rozaba la perfección, practicaba buenos hábitos y rutinas, pero frecuentemente entraba en crisis y experimentaba una irresistible necesidad de “escapar”, cosa que hacía pasando largas temporadas viajando hasta que el sentimiento de culpa me impulsaba a regresar. Pero un día me di cuenta de que estaba viviendo como un Sísifo arrastrando una y otra vez su pesada piedra montaña arriba para dejarla rodar ladera abajo, justo cuando estaba a punto de alcanzar la cima. Ese día paré y me pregunté ¿en qué estoy fallando?

Acudí a Jesús Hurtado, mi coach de Vocaciona y me ayudó a ver que mi irresistible necesidad de retirarme y escapar era una forma de auto-sabotear mi propósito de ser un gran coach. Me di cuenta de que me había propuesto una disciplina férrea y un compromiso extremo para llegar a ser el mejor, pero con ello me estaba negando la faceta con mayor peso en mi identidad: la libertad. Comprendí que en mi persona había un conflicto de intereses y que no podría avanzar mientras no fuese capaz de reconciliarlos, ¿pero cómo? Jesús me hizo ver que en la mayor parte de los casos estos conflictos internos se solucionan cambiando el contexto en el que se trabaja. ¿Qué contexto me haría más feliz? Obviamente los viajes. Pues el asunto estaba claro: en lugar de usar los viajes para huir del trabajo debía probar a trabajar mientras viajaba si quería vivir la vida en mis propios términos.

Durante los años siguientes he ido añadiendo con gran éxito al ejercicio del coaching ejecutivo otras actividades como inversor, empresario y formador, pero todo lo que realizo actualmente gira en torno al mismo contexto: los viajes. Paso gran parte de mi tiempo viajando por todo el mundo y confieso que no me he vuelto a sentir, ni por un solo instante, culpable por ello. Al contrario. Algunos viajes son por puro placer y cubren rutas mundialmente míticas y muy aventureras. Otros los realizo para pasar temporadas en las propiedades que he ido adquiriendo en diferentes países y lugares. Actualmente puedo realizar mi trabajo desde cualquier lugar del mundo, gestionando mi equipo y ofreciendo mis seminarios y formaciones de modo telemático. Así es como me gusta trabajar; sin ataduras y con la ventaja de ser mucho más productivo y creativo. Puedo decir que vivo conectado con mi identidad, disfruto de la energía, el estado mental y el contexto ideales para trazar mis estrategias, planificar mis inversiones y crear mi metodología que es el fruto de gran variedad de experiencias en lugares y con personas de todo el mundo. Ya no pretendo ser el más comprometido, disciplinado y respetuoso del planeta, pero curiosamente lo soy mucho más de lo que nunca pude imaginar, porque el compromiso principal lo tengo conmigo mismo.